EUCARISTÍA

MODO DE VERIFICARSE LA PRESENCIA REAL DE JESUCRISTO EN LA EUCARISTÍA

Las verdades de fe se creen no por su evidencia racional, sino porque nos han sido reveladas por Dios, que nunca nos engaña. Por ello, y siendo la Eucaristía una insondable verdad de fe, no se trata de ‘probar’ la Presencia real de Cristo -es un misterio inalcanzable a la razón-, sino de dar una congruente explicación filosófica de lo que ahí sucede.
 
A. La transubstanciación
El Magisterio de la Iglesia nos enseña que en el sacrosanto sacramento de la Eucaristía. . . se produce una singular y maravillosa conversión de toda la substancia del pan en el Cuerpo de Cristo, y de toda la substancia del vino en la Sangre; conversión que la Iglesia católica llama aptísimamente transubstanciación (Concilio de Trento, Dz. 884; cfr. Catecismo, n. 1376).
En efecto, el término transubstanciación (trans-substare) expresa perfectamente lo que ocurre, pues al repetir el sacerdote las palabras de Jesucristo, se da el cambio de una substancia en otra (en este caso, de la substancia ‘pan’ en la substancia ‘Cuerpo de Cristo’, y de la substancia ‘vino’ en la substancia ‘Sangre de Cristo’), quedando solamente las apariencias, que suelen denominarse -como veremos más adelante- con la expresión “accidentes”.
Esas especies consagradas de pan y de vino permanecen de un modo admirable sin su substancia propia, por virtud de la omnipotencia divina.
La transubstanciación se verifica en el momento mismo en que el sacerdote pronuncia sobre la materia las palabras de la forma (‘esto es mi Cuerpo’; ‘este es el cáliz de mi Sangre’), de manera que, habiéndolas pronunciado, no existen ya ni la substancia del pan ni la substancia del vino: sólo existen sus accidentes o apariencias exteriores.
Para comprenderlo mejor es preciso entender antes qué es una substancia. La palabra substancia viene de sub-stare = estar debajo; es decir, latente bajo unas apariencias. Si alguien tiene una rosa artificial, podemos pensar al verla que es una rosa natural, porque los ojos ven el color, la forma y las apariencias de una rosa verdadera. Sin embargo, bajo esas apariencias no hay una rosa, no existe la substancia rosa. De modo análogo, aunque contrario, cuando yo miro la Hostia consagrada veo los accidentes -color, forma, olor, tamaño, etc.- del pan; pero la fe no los sentidos- me dicen que ahí no está la substancia del pan, sino la substancia del Cuerpo de Cristo.
Precisando más el concepto de transubstanciación, y sus implicaciones en este sacramento, puede afirmarse:
a) en la Eucaristía no hay aniquilamiento de la substancia del pan (o del vino), porque ésta no se destruye, sólo se cambia;
b) no hay creación del Cuerpo de Cristo: crear es sacar algo de la nada, y aquí la substancia del pan cambia por la substancia del Cuerpo, y la del vino por la de la Sangre;
c) no hay conducción del Cuerpo de Cristo del cielo a la tierra: en el cielo permanece el único Cuerpo glorificado de Jesucristo, y en la Eucaristía est su Cuerpo sacramentalmente;
d) Cristo no sufre ninguna mutación en la Eucaristía; toda la mutación se produce en el pan y en el vino;
e) lo que se realiza, pues, en la Eucaristía es la conversión de toda la substancia del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que es lo que llamamos transubstanciación.
En los últimos años, algunos teólogos han buscado nuevas formas de explicar esta Presencia real de Cristo en la Eucaristía, usando términos tomados de filosofías más personalistas. Por ejemplo, hablan de transignificación o de transfinalización, señalando que, por las palabras de la consagración, el pan y el vino consagrados adquieren una nueva significación y se dirigen a un nuevo fin.
Estas doctrinas recientes parece que no intentan disminuir el realismo de la Presencia de Cristo, sino idear nuevos cauces terminológicos en conformidad a las categorías antropológicas de algunas corrientes del pensamiento moderno.
No obstante, el Magisterio de la Iglesia las juzga insuficientes y exige mantener la terminología de siempre: al variarla, en efecto, se incurre en peligro de alterar la verdad de fe. Advierte el Papa Pablo VI que “salvada la integridad de la fe, es también necesario atenerse a una manera apropiada de hablar, para que no demos origen a falsas opiniones -lo que Dios no lo quiera- acerca de la fe en los altos misterios, al usar palabras inexactas. . . La norma, pues, de hablar que la Iglesia, con su prolongado trabajo de siglos, no sin ayuda del Espíritu Santo, ha establecido, confirmándola con la autoridad de los Concilios, y que con frecuencia se ha convertido en contraseña y bandera de la fe ortodoxa, debe ser escrupulosamente observada y nadie, por su propio arbitrio, con pretexto de nueva ciencia, presuma cambiarla” (Encíclica Mysterium fidei, 3-IX-1965, n. 39).
 
B. Permanencia de los accidentes
Se entiende por ‘especie’ o ‘accidente’, todo aquello que es perceptible por los sentidos, como el tamaño, la extensión, el peso, el color, el olor, el sabor, etc.
Podemos explicarlo también, diciendo que si la substancia es el ser que existe en sí mismo (p. ej., un libro), el accidente es el ser que no puede existir en sí mismo, sino en otro: los accidentes existen en la substancia (p. ej., un libro azul, pesado, de gran volumen, etc.; lo azul, lo pesado o el volumen, no se dan independientes del libro en el que inhieren).
Ahora bien, en la Eucaristía -como ya explicamos- hay un cambio de substancia, pero no hay cambio de accidentes. Los accidentes del pan y del vino continúan, conservando todas sus propiedades, pero permanecen sin sujeto: son mantenidos en el ser por una especialísima y directa intervención de Dios que, siendo Autor del orden material y Creador de todas las cosas, puede suspender con su poder las leyes naturales.
Este tipo de mutación no se encuentra en ningún caso dentro del mundo físico: siempre que cambia la substancia, cambia también con ella los accidentes (p. ej., cuando se quema un papel cambia la substancia ‘papel’ en otra substancia, la ceniza, y se da obviamente también cambio de accidente: tamaño, color, olor, peso, etc.).
 
· El modo como el Cuerpo de Cristo está realmente presente
Nadie duda que el Señor está presente en medio de los fieles, cuando éstos se reúnen en su nombre: Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos (Mt. 18, 20).
También está presente en la predicación de la palabra divina, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es El quien habla (Const. Sacrosanctum Concilium del Concilio Vaticano II, n. 7).
Igualmente está presente en los sacramentos, ya que son acciones del Cristo, como explicamos.
Sin embargo, la presencia de Jesucristo en la Eucaristía es de otro orden: Es muy distinto el modo verdaderamente sublime, por el cual Cristo est presente en su Iglesia en el sacramento de la Eucaristía, ya que contiene al mismo Cristo y es como la perfección de la vida espiritual y el fin de todos los sacramentos (Pablo VI, Enc. Mysterium Fidei, n. 39).
En efecto, esta presencia de Jesucristo en la Eucaristía se denomina real para hacer frente a la presencia figurativa o simbólica de la que hablan los protestantes, y para señalar también que es diferente de esos otros modos que mencionamos anteriormente.
Se le llama real no por exclusión, como si las otras presencias de Cristo -en la oración, en la palabra, en los otros sacramentos- no fueran reales, sino por antonomasia, pues es una presencia substancial: por ella se hace presente Cristo, Dios y Hombre, entero e íntegro. Por lo tanto, sería entender mal esta manera de presencia, imaginarla al modo espiritual, como si fuera Cuerpo glorioso de Cristo presente en todas partes, o se redujera a un puro simbolismo.
 
A. Per modum substantiae
Bajo cada una de las especies sacramentales, y bajo cada una de sus partes cuando se fraccionan, est contenido Jesucristo entero, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad.
Lo anterior fue definido como verdad de fe en el Concilio de Trento: “Si alguno negare. . . que bajo cada una de las partes de cualquiera de las especies se contiene Cristo entero, sea anatema”” (Dz. 885).
Con este dogma de fe se impugna la falsedad de quienes afirman que en las fracciones de la Hostia (o en las gotas del vino consagrado) no está ya presente Cristo. Puesto que lo está por transubstanciación -y no de otra manera-, se sigue forzosamente que ahí donde antes había substancia de pan (o de vino) hay ahora la substancia del Cuerpo y de la Sangre de Cristo: Jesucristo está presente al modo de la presencia de la substancia.
Jesucristo no se encuentra presente en la Hostia al modo de los cuerpos, que ocupan una extensión material determinada (la mano en un lugar, y la cabeza en otro), sino al modo de la substancia (‘per modum substantiae’), que está toda entera en cada parte del lugar (la substancia del agua se encuentra tanto en una gota como en el océano; la substancia del pan esta tanto en una migaja como en un pan entero, etc.). Por ello, al dividirse la Hostia, está todo Cristo en cada fragmento de ella.
Cualquier punto de referencia a los cambios que conocemos es inadecuado. El cambio milagroso de la Eucaristía -la transubstanciación- supera toda experiencia; es un cambio que está más allá de los sentidos. Por eso, nunca será descubierto por las ciencias humanas: la química más avanzada no puede descubrir en sus análisis más que pan y vino.
 
B. Cristo está todo entero bajo cada especie
No está únicamente el Cuerpo de Cristo bajo la especie del pan, ni únicamente su Sangre bajo los accidentes del vino, sino que en cada uno se encuentra Cristo entero. Donde está el Cuerpo, concomitantemente se hallan la Sangre, el Alma y la Divinidad; y donde está la Sangre, igualmente por concomitancia se encuentran el Cuerpo, el Alma y la Divinidad de Jesucristo.
Jesucristo, pues, está presente en la Eucaristía con la naturaleza humana (Cuerpo- y Sangre- y Alma) y la naturaleza divina (Divinidad). Pero el Alma y la Divinidad no están por conversión, sino por simple presencia, debido a la unión hipostática que se da en la Persona de Cristo entre su naturaleza humana y su naturaleza divina. Como escribe Santo Tomás (cfr. S. Th. III, q. 76, a. 1, ad. 1 ), el Cuerpo y la Sangre están por la conversión y el Alma y la Divinidad por real concomitancia.
La doble consagración del pan y del vino fue realizada por Cristo para representar mejor aquello que la Eucaristía renueva: la muerte cruenta del Salvador, que supuso una separación del Cuerpo y de la Sangre. Por ello, el sacerdote consagra separadamente el pan y el vino. Este tema se estudia con más amplitud en el inciso 4.3 La Eucaristía como Sacrificio””.
 
C. Permanencia de la Presencia real
“La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsisten las especies eucarísticas” (Catecismo, n. 1377).
La permanencia de la Presencia real es una verdad de fe, definida contra la herejía protestante que afirmaba la presencia de Cristo en la Eucaristía sólo in uso, es decir, mientras el fiel comulga (Concilio de Trento, cfr. Dz. 886 y 889).
Según la doctrina católica, la Presencia real dura mientras no se corrompen las especies que constituyen el signo sacramental instituido por Cristo. El argumento es claro: como el Cuerpo y la Sangre de Cristo suceden a la substancia del pan y del vino, si se produce en los accidentes tal mutación que a causa de ella hubieran variado las substancias del pan y del vino contenidas bajo esos accidentes, igualmente dejar n de estar presentes la substancia del Cuerpo y de la Sangre del Señor.
Por eso, cuando el sujeto recibe el sacramento, permanecen en su interior la substancia del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, hasta que los efectos naturales propios de la digestión corrompen los accidentes del pan y del vino (alrededor de 10 ó 15 minutos); es entonces cuando deja de darse la Presencia real de Cristo.
En vista de esa permanencia, es dogma de fe que a la Santísima Eucaristía se le debe el culto de verdadera adoración (o culto de latría), que se rinde a Dios (Concilio de Trento, cfr. Dz. 888; Catecismo, n. 1378-9).
 
(“Manual de los sacramentos”. P. Ricardo Sada y por Mons. Alfonso Monroy)