APOLOGÉTICA

LA DEFENSA DE LA FE CATÓLICA

“Por lo demás, 𝐫𝐞𝐜𝐨𝐧𝐟𝐨𝐫𝐭𝐚𝐨𝐬 𝐞𝐧 𝐞𝐥 𝐒𝐞𝐧̃𝐨𝐫 𝐲 𝐞𝐧 𝐥𝐚 𝐟𝐮𝐞𝐫𝐳𝐚 𝐝𝐞 𝐬𝐮 𝐩𝐨𝐝𝐞𝐫,
𝐫𝐞𝐯𝐞𝐬𝐭𝐢́𝐨𝐬 𝐜𝐨𝐧 𝐥𝐚 𝐚𝐫𝐦𝐚𝐝𝐮𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐃𝐢𝐨𝐬 para que podáis resistir las insidias del diablo, porque no es nuestra lucha contra la sangre o la carne, sino contra los principados, las potestades, las dominaciones de este 𝐦𝐮𝐧𝐝𝐨 𝐝𝐞 𝐭𝐢𝐧𝐢𝐞𝐛𝐥𝐚𝐬, y contra los 𝐞𝐬𝐩𝐢́𝐫𝐢𝐭𝐮𝐬 𝐦𝐚𝐥𝐢𝐠𝐧𝐨𝐬 que están en los aires.
Por eso, poneos la armadura de Dios para que podáis resistir en el día malo y, tras vencer en todo, permanezcáis firmes.
Así pues, estad firmes, ‘𝐜𝐞𝐧̃𝐢𝐝𝐨𝐬 𝐞𝐧 𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐧𝐭𝐮𝐫𝐚 𝐜𝐨𝐧 𝐥𝐚 𝐯𝐞𝐫𝐝𝐚𝐝, 𝐫𝐞𝐯𝐞𝐬𝐭𝐢𝐝𝐨𝐬 𝐜𝐨𝐧 𝐥𝐚 𝐜𝐨𝐫𝐚𝐳𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐣𝐮𝐬𝐭𝐢𝐜𝐢𝐚’ 𝐲 𝐜𝐚𝐥𝐳𝐚𝐝𝐨𝐬 ‘𝐥𝐨𝐬 𝐩𝐢𝐞𝐬, 𝐩𝐫𝐨𝐧𝐭𝐨𝐬 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐩𝐫𝐨𝐜𝐥𝐚𝐦𝐚𝐫 𝐞𝐥 𝐄𝐯𝐚𝐧𝐠𝐞𝐥𝐢𝐨 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐩𝐚𝐳’;
tomando en todo momento 𝐞𝐥 𝐞𝐬𝐜𝐮𝐝𝐨 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐟𝐞, con el que podáis apagar los dardos encendidos del Maligno.
Recibid también el ‘𝐲𝐞𝐥𝐦𝐨 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐬𝐚𝐥𝐯𝐚𝐜𝐢𝐨́𝐧’ ‘𝐲 𝐥𝐚 𝐞𝐬𝐩𝐚𝐝𝐚 𝐝𝐞𝐥 𝐄𝐬𝐩𝐢́𝐫𝐢𝐭𝐮’, 𝐪𝐮𝐞 𝐞𝐬 ‘𝐥𝐚 𝐩𝐚𝐥𝐚𝐛𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐃𝐢𝐨𝐬’, 𝐦𝐞𝐝𝐢𝐚𝐧𝐭𝐞 𝐨𝐫𝐚𝐜𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬 𝐲 𝐬𝐮́𝐩𝐥𝐢𝐜𝐚𝐬, 𝐨𝐫𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐞𝐧 𝐭𝐨𝐝𝐨 𝐭𝐢𝐞𝐦𝐩𝐨 𝐦𝐨𝐯𝐢𝐝𝐨𝐬 𝐩𝐨𝐫 𝐞𝐥 𝐄𝐬𝐩𝐢́𝐫𝐢𝐭𝐮, 𝐯𝐢𝐠𝐢𝐥𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐚𝐝𝐞𝐦𝐚́𝐬 𝐜𝐨𝐧 𝐭𝐨𝐝𝐚 𝐜𝐨𝐧𝐬𝐭𝐚𝐧𝐜𝐢𝐚 𝐲 𝐬𝐮́𝐩𝐥𝐢𝐜𝐚 𝐩𝐨𝐫 𝐭𝐨𝐝𝐨𝐬 𝐥𝐨𝐬 𝐬𝐚𝐧𝐭𝐨𝐬, y también por mí, para que, cuando hable, me sea dada la palabra para dar a conocer con libertad el misterio del Evangelio del que soy mensajero, aunque encadenado, y que pueda hablar de él libremente y anunciarlo como debo.”
(𝐸𝑓𝑒𝑠𝑖𝑜𝑠 6, 10-20)

Consejos para laicos sobre cómo hacer apologética

Por José Miguel Arraiz

Desde hace algún tiempo tenía la intención de escribir sobre el tema, aunque desde ya digo que esto son sólo consejos basados en mi opinión personal.

Caridad 

Al contrario, dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza. Pero hacedlo con dulzura y respeto.”  (1 Pedro 3,15)

El punto más importante y en el que más solemos fallar los que nos dedicamos a la apologética (yo incluido). Muchos se engañan y se auto-justifican diciendo que a veces para defender la fe hace falta palabras fuertes. Otros evocan cómo en otros tiempos algunos padres de la Iglesia trataron duramente a los herejes de antaño y pretenden ellos hacer lo mismo hoy en día. Me consta (porque he cometido el mismo error) que eso sólo genera resentimiento en aquellos con los que se debate y hace que nuestro adversario dialéctico se cierre a cualquier posibilidad que hubiese existido de razonar. ¿Queremos aplastarlos o moverlos a la conversión? ¿Humillarlos o hacerlos pensar? ¿Buscamos ganar almas o alimentar nuestro ego? ¿Servir a Dios o pecar?

Hoy en día es un hecho que la jerarquía católica sufre una gran desidia por la apologética, y para suplir la deficiencia muchos laicos hemos tenido que tomar sobre nuestros hombros la tarea de la defensa de la fe (está escrito que “si hii tacuerint lapides clamabunt”), pero el riesgo de que no contemos con una preparación adecuada nos expone a terminar disfrazados como cruzados con seudónimos como “martillo de herejes”, pensando que la apologética es una especie de deporte donde lo importante es vencer el enemigo. Nos olvidamos así que el enemigo es más bien nuestro hermano, y que en vez de ser derribado necesita ser ayudado. Aunque su comportamiento llegue a ser en ocasiones sumamente irritante y difícil de tolerar, debemos tratar de entender que es una víctima de un círculo vicioso que lo ha capturado y lo ha convertido en replicador de personas que piensan como él. Si nos ponemos en sus zapatos (la empatía es muy importante para el apologeta) entenderemos que gran parte de ellos están genuinamente convencidos de que la Iglesia Católica es todo lo malo que les han contado y que sirven a Dios sacando personas de ella. ¿Sabes cuantos llegaron a ser católicos fieles y devotos que antes fueron furibundos protestantes, pero se convirtieron cuando alguien se tomó en serio la tarea de explicarles pacientemente las verdades de la fe católica?

Evidentemente muchas veces nos encontraremos con hermanos separados que probablemente estarán tan prejuiciados que la probabilidad de cualquier diálogo fructífero será casi nula. Si esa es la situación pienso que lo mejor es no invertir más tiempo en él, con la excepción de que sea un diálogo público en donde otros necesiten ser reforzados en la fe. En esos casos hay que asegurarse de dejar suficientemente clara la doctrina católica -pero siempre con respeto-, para que aunque nuestro adversario no de su brazo a torcer, la verdad católica brille ante el resto de los observadores.

Es por eso que enseña la Iglesia que debemos hacer “todos los intentos por eliminar palabras, juicios y actos que no sean conformes, según justicia y verdad, a la condición de los hermanos separados, y que, por tanto, puedan hacer más difíciles nuestras mutuas relaciones”  (Concilio Vaticano II, Unitatis Redintegratio, 4). Pero también nos exige  que debemos “exponer claramente la doctrina, pues nada es tan ajeno al ecumenismo como un falso irenismo, que daña a la pureza de la doctrina católica y oscurece su genuino y definido sentido” (Concilio Vaticano II, Unitatis Redintegratio, 11)

Ortodoxia 

Para poder hacer bien apologética hay que estar doctrinalmente bien formado, y para eso no hay otro camino que estudiar y nutrirse de fuentes ortodoxas de doctrina. Somos laicos y no contamos con la formación teológica de un sacerdote por lo que debemos asegurarnos de estar muy bien documentados en cada tema. Yo acostumbro estudiar que enseña al respecto el Catecismo oficial de la Iglesia Católica, y luego acudo a varios manuales de teología dogmática con aprobación eclesiástica (porque hacen un buen resumen de cada doctrina). También suelo recurrir a los distintos libros especializados (además de eso nunca está demás consultar a aquellos que saben más que nosotros. Un sacerdote o algún obispo de probada ortodoxia).

No hay que olvidar que queremos transmitir la doctrina católica, no otra, por tanto asegúrate de estar transmitiéndola íntegramente. En el debate de si Dios castiga, vimos como incluso conocidos apologetas católicos erraron terriblemente. Errores que pudiesen haber evitado si se hubiesen documentado en las fuentes mencionadas, o inclusive en la enseñanza del Magisterio. No dejes que te suceda a tí lo mismo.

Humildad 

Muchas veces somos como aquel “neófito, o recién bautizado” que “hinchado de soberbia” caemos en el mismo error que causó “la condenación del diablo cuando cayó del cielo” (1 Timoteo 3,5) y cuando nos equivocamos no queremos dar el brazo a torcer. Si ganamos prestigio reconocer un error se hará cada vez más difícil porque nuestro orgullo envanecido se resistirá, pero siempre tenemos que tener presente que primero está la verdad, y que flaco servicio hacemos a Dios, al prójimo y a nosotros mismos si nos obstinamos en el error. Ten presente que todos tenemos puntos ciegos, por lo tanto está siempre dispuesto a reflexionar sinceramente cuando puedes estar equivocado, y tener la valentía de reconocerlo y rectificar.

Santidad

Importantísimo para cualquiera que se dedique a la apologética es no descuidar su salud espiritual. El Señor nos pide ser santos y nos concede la gracia para ello. Muchas veces fallamos en los puntos anteriores precisamente porque fallamos aquí. Si no estamos llenos del amor de Dios tenderemos a ser agresivos  e intolerantes con los demás incluyendo los hermanos separados. La apologética no es por tanto sólo un trabajo que hay que hacer, sino que hay que acompañarla con la oración (Ora et labora).

Por lo tanto, procura vivir en gracia de Dios, recibir asiduamente los sacramentos y mantenerte continuamente en oración para que puedas transmitir ese amor a nuestros hermanos separados y al mismo tiempo reafirmar en la fe a nuestros hermanos católicos.